Un ejemplo de biografía aplicado al estudio de la historia constitucional

Tradicionalmente, la biografía no ha sido un género historiográfico especialmente cultivado por los estudiosos del constitucionalismo. Sí ha tenido importante predicamento en la historia política, la que busca explicar y comprender el devenir de las luchas por el poder, la conquista o pérdida del control del aparato estatal, las causas que llevaron a determinados personajes a tomar unas decisiones y no otras, con todas las consecuencias que ello pudo implicar. En el caso de la historia constitucional, prima más el estudio de las ideas, las ideologías y los distintos debates teóricos. Pero estas ideas son sostenidas por personas, y en este sentido, el género biográfico puede hacer aportaciones importantes. Un ejemplo del que se puede aprender mucho es El conde de Toreno. Biografía de un liberal (1786-1843) de Joaquín Varela Suanzes Carpegna (Marcial Pons, 2005).
Esta vida del político e historiador José María Queipo de Llano es presentada por el propio Varela como una “biografía intelectual”, un intento de comprender la compleja evolución ideológica del conde a lo largo de la primera revolución liberal española. Se trata de una tarea muy enriquecedora para el estado de la cuestión sobre nuestro primer constitucionalismo, en tanto Toreno estuvo presente como diputado en las Cortes de Cádiz (1810-1814), siendo portavoz de las tesis más exaltadas del liberalismo. Formaría también parte de las conformadas en el Trienio 1820-1823 y ya en las de 1834-1836 en las que estuvo vigente el Estatuto Real de María Cristina de Borbón, en estos casos como insigne moderado.
Es decir, Toreno fue protagonista en las primeras Cortes verdaderamente constituyentes de la historia de España, y defendió firmemente la vigencia del Estatuto frente a quienes querían apostar por una nueva y verdadera Constitución en los años posteriores a la muerte de Fernando VII. Se trata de un personaje muy sugerente, en tanto fue un amplio conocedor de las ideas políticas imperantes en Francia y en Inglaterra; su pensamiento tendría una enorme repercusión en el liberalismo más moderado, el que tomaría forma en la Constitución de 1845.
Este asturiano interesó a Varela Suanzes por la coherencia de sus ideas y su intelecto, al que define como “brillante”. Fue un hombre con una vida sometida a los devenires políticos de su tiempo, sufrió varios exilios y varios momentos de su vida siguen hundidos en la oscuridad. Pero la relevancia de esta biografía está en el detalle de las ideas del biografiado, en la exposición que hizo de ellas en las Cortes y en su monumental Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1835).
A partir de aquí, Varela indaga en el conocimiento que Toreno tenía de las ideas iusnaturalistas y en su coincidencia en varios aspectos con ciertas tesis cercanas al jacobinismo francés, como su concepción de la soberanía desde una perspectiva individualista, no estamental (como la concebían los tradicionalistas) y ni siquiera territorial (como la querían entender los representantes de los territorios americanos, en la línea del sistema federal de los Estados Unidos). Esta influencia francesa se extendía a su defensa de un sistema de Cortes unicamerales, de rígida separación de poderes y de recelo del poder legislativo con respecto al ejecutivo. Fue, en esos años, una figura en el ala izquierda del liberalismo institucional, mostrándose a favor de las leyes que abolían las pruebas de nobleza para acceder al ejército y también de la ley de señoríos. Todo ello a pesar de que él mismo era un noble.
A lo largo de esta primera parte del relato, Varela expone a partir de la perspectiva de Toreno, como el liberalismo doceañista no se plasmó por entero en la Constitución de Cádiz. Así, esta Carta Magna declaró la intolerancia religiosa de una manera tajante, pero esta intolerancia debe de entenderse como una concesión que hicieron a los más tradicionalistas de aquellas Cortes, no como una expresión de su doctrina política. Esta es una de las tesis más interesantes del libro.
Por la radicalidad de su pensamiento, no sorprende que Toreno se viese obligado a partir al exilio con el regreso de Fernando VII en 1814 y la consecuente desarticulación de toda la obra legislativa de Cádiz. El rey sólo respetó teóricamente la abolición de la tortura, pero no tuvo impedimento en recurrir a ella en los años siguientes frene a ciertos opositores liberales, como Vicente Richart y Juan Van Halen.
El conde pasó aquel sexenio 1814-1820 en Inglaterra, lo que le permitió conocer en profundidad las ideas políticas que regían el sistema de aquella nación que tanto admiró. El Toreno que volvería a España ya no era tan joven y entendía el poder de otra manera. No renunciaba a su pasado en las Cortes de Cádiz, pero entendía que el radicalismo de las mismas había sido necesario sólo por la coyuntura excepcional a la que se habían enfrentado. Así, las poderosas Cortes unicamerales habían sido muy útiles para una labor constituyente, pero en una dinámica liberal entendía que había que imitar a los ingleses y reconocer además una cámara alta que evitase los excesos una única asamblea.
Las explicaciones que Varela expone en esta biografía para entender la evolución ideológica del conde son también muy estimulantes para abordar el estudio del moderantismo. En el exilio, Toreno pudo reflexionar sobre la dictadura de Napoleón Bonaparte (no fue otra cosa su imperio), el cual se había legitimado con el refrendo del pueblo mediante los referendos. El conde entendió que este predominio de los llamamientos al pueblo había desarticulado la división de poderes en Francia con todas las consecuencias que ello tuvo. Una lectura moderada del liberalismo, añadiendo un mayor contrapeso a la cámara baja, era una garantía de estabilidad y de defensa del mismo liberalismo.
En resumen, este es quizá uno de los libros más interesantes, y probablemente el de lectura más agradable, que se han escrito sobre el moderantismo español.
Manuel Alvargonzález Fernández